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La tradición oral es de suma importancia en cualquier contexto social, pues nos remite al conocimiento de nuestro entorno, de nuestra cultura y por ende de nuestro propio ser. De ahí el valor que tiene apoyar espacios alternativos para el trabajo de la narrativa tradicional y de su investigación. En los últimos años ha tenido un gran auge el estudio acerca de las tradiciones orales de nuestros pueblos, en especial con trabajos musicales como los de Carlos Vives, Totó la Momposina, el mismo Juanes, quienes en sus composiciones hablan sobre las costumbres, los juegos, las diferentes formas de expresarse, los dialectos. Y es precisamente por ello que se ha venido revaluando la palabra “tradición”, como una expresión llena de evocación. En diversas corrientes del pensamiento se ha caracterizado como una forma de autoridad (Weber), un modo de transmisión comunal, la expresión de un vínculo comunitario (Tonnies) o un horizonte discursivo heredado (Gadamer).
Las canciones se heredan, los arrullos, los mimos, las nanas, los villancicos, se aprenden de “oído”, sin análisis, sin explicaciones teóricas; lo mismo la interpretación, la manera de hacer los instrumentos. El concepto de tradición tiene otras connotaciones: la nobleza de los orígenes, la voz del pueblo. La tradición oral se convierte en la palabra que se repite de persona a persona, de generación en generación; la palabra se transforma en historia y ésta en cantos, cantos que se bailan, que se disfrutan, que se recrean.
La tradición oral es de suma importancia en cualquier contexto
social, pues nos remite al conocimiento de nuestro entorno, de nuestra cultura
y por ende de nuestro propio ser. De ahí el valor que tiene apoyar espacios
alternativos para el trabajo de la narrativa tradicional y de su investigación.
En los últimos años ha tenido un gran auge el estudio acerca de las tradiciones
orales de nuestros pueblos, en especial con trabajos musicales como los de
Carlos Vives, Totó la Momposina, el mismo Juanes, quienes en sus composiciones
hablan sobre las costumbres, los juegos, las diferentes formas de expresarse,
los dialectos. Y es precisamente por ello que se ha venido revaluando la
palabra “tradición”, como una expresión llena de evocación. En diversas
corrientes del pensamiento se ha caracterizado como una forma de autoridad
(Weber), un modo de transmisión comunal, la expresión de un vínculo comunitario
(Tonnies) o un horizonte discursivo heredado (Gadamer).
Las canciones se heredan, los arrullos, los mimos, las nanas, los
villancicos, se aprenden de “oído”, sin análisis, sin explicaciones teóricas;
lo mismo la interpretación, la manera de hacer los instrumentos. El concepto de
tradición tiene otras connotaciones: la nobleza de los orígenes, la voz del
pueblo. La tradición oral se convierte en la palabra que se repite de persona a
persona, de generación en generación; la palabra se transforma en historia y
ésta en cantos, cantos que se bailan, que se disfrutan, que se recrean.
Desde hace 10 años he venido trabajando en el rescate de
tradiciones orales de la región Caribe colombiana y de esta labor han quedado
una serie de readaptaciones de mitos y leyendas como las siguientes:
“…En una calle de Tamalameque dicen que sale una llorona loca...
Allá en Tamalameque vivía la mujer más linda que todo Tamalameque jamás hubiese
visto. Lucía era tan hermosa que en la mañana, cuando salía a las 6, todas la
ventanas del pueblo de Tamalameque se abrían de par en par, y detrás de las
ventanas todos los ojos de los hombres de Tamalameque para ver la hermosura de
Lucía; y es que Lucía era una chica de hermoso cuerpo, voluptuosas caderas,
cabello largo que caía hasta la cintura y que se contoneaba al son de los
tambores.
Cuando Lucía regresaba de la tienda con el pan y la leche para el
desayuno, ya no sólo estaban todos los hombres de Tamalameque, sino que detrás
de los hombres estaban sus esposas, dándoles semejante cantaleta por estar
mirando a otra. Así que a los hombres no les quedaba de otra que cerrar los
ojos y las ventanas, pero eso sí, mantenían bien abiertos los oídos; porque la
cantaleta les duraba como media hora.
Mientras tanto Lucía se dedicaba a los quehaceres del hogar.
Barría el patio, con una escoba de palito para recoger las hojas que la loca
había tirado al piso. Recoger la casa, lanzaba agua de una ponchera al frente
de la casa para que el sol abrasador del medio día no se metiera y colgaba una
hamaca sanjacintera entre palo y palo de almendro en el fondo del patio. A las
doce servía su almuerzo, que bien podía ser un arroz de lisa o un sancocho
trifásico, eso sí, bien acompañado de una buena agua de panela con limón y con
bastante hielo. Al finalizar su manjar se recostaba en la hamaca a hacer su
siesta. A eso de las tres de la tarde se bañaba y se ponía su ropita de
tardear… porque aunque a Lucía muchos le habían echado el ojo… ella sólo tenía
ojos para un solo hombre y ese era Juancho.
A las 6 en punto de la tarde estaba Lucía sentada en su mecedora
de mimbre, enfrente, en la terraza, esperando que por la esquinita se asomara
un sombrero voltiao y se escuchara la melodía….” Oye bonita cuando me estás
mirando yo siento que mi vida cubre todo tu cuerpo…”
Y todo el cuerpo de Lucía se ponía arrrozudo y se llenaba de
emoción; se le hinchaba el pecho y las venas se le ponían a punto de reventar.
Juancho se sentaba a su lado en otra mecedora y en ellas no sólo
mecían sus cuerpos sino también sus deseos de estar juntos y todos sus sueños.
Una tarde Juancho llegó como en un cuento de hadas y tomó a Lucía
entre sus brazos y se la llevó lejos, muy lejos del pueblo de Tamalameque… La
llevó a una casa, quizás no la más grande, pero sí hecha con muchísimo amor,
una pequeña casa de bahareque, que Juancho había construido para ella… Allí
Lucía vivió con Juancho y fueron felices.
Lucía no le dio a Juancho uno, ni dos, sino tres hermosos niños.
Pero cada día permanecía más tiempo en casa y Juancho más tiempo en la calle; y
Lucía barriendo la casa y Juancho barriéndole el ala a otra; y Lucía haciendo
el delicioso arroz y Juancho comiéndosele el cucayo a la vecinita de al lado…
Una noche Lucía, no sabe porqué ni movida por quién, después de
acostar a sus tres hijos en sus tres cunas, después de haber amamantado con
esos pechos que también habían sido de Juancho, se puso su vestidito blanco y
salió rápidamente de casa. Y no sabe cómo llegó a la plaza mayor del pueblo,
frente a la casa más hermosa de la plaza, donde se celebraba una boda de la
hija del hombre más adineradodel pueblo. Lucía, no sabe porqué, ni movida por
quién entró y en la sala se encontró que el novio daba un beso a la novia, y se
sorprendió cuando descubrió que el novio era nada más y nada menos que…
Juancho, Sí, su Juancho, el Juancho de sus sueños, ese Juancho al que le había
entregado no sólo su amor y su cuerpo, sino todo su respeto y lo más sagrado de
una mujer, su honestidad y confianza… Lucía, sin que nadie se percatara de su
presencia, dio tres pasos hacia atrás. Dos lágrimas rodaron por sus mejillas;
se dio media vuelta y salió corriendo tan rápido como pudo y esta vez sí movida
por el mismísimo demonio, llegó a su casa; y cual mujer herida, que es capaz de
hacer cualquier cosa, tomó a sus tres hijos en brazos y con ellos salió y
corrió mucho mas allá del pueblo de Tamalameque…
De Juancho no he sabido nada y no deseo saberlo. De los niños,
nunca más se oyeron reír, ni cantar. Pero de Lucía, de Lucía se dice que:
"En una calle de Tamalameque…".
Este texto evidencia cómo, a lo largo del tiempo la tradición oral
se enriquece cada día, da muestras de la inmensa cosmogonía de un pueblo, de
sus costumbres y de la constante redefinición del mundo que lo circunda.
La narrativa, la oralidad, la tradición y el folclor no hacen parte
de los hombres; son los hombres mismos.
La llorona interesante instrumento utilizado por las madres costeñas para mandar a acostar a los pelaos (niños) temprano jejeje
ResponderEliminarque mas representativo tambien que nuestro carnaval de barranquilla
ResponderEliminary mas con la distinción como El patrimonio cultural e inmaterial, transmitido de generación en generación es recreado por comunidades y grupos en función de su medio, su interacción con la naturaleza y su historia. La salvaguardia de este patrimonio es una garantía de sostenibilidad de la diversidad cultural.
La fiesta folclórica y cultural más importante de Colombia es el Carnaval de Barranquilla cuenta con dos designaciones: Patrimonio Cultural de la Nación y Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad, títulos otorgados por el Congreso de la república y por la UNESCO respectivamente.
El Carnaval de Barranquilla es patrimonio de la Humanidad porque reúne expresiones emblemáticas de la memoria e identidad del pueblo barranquillero, del Caribe colombiano y del Río Grande de La Magdalena.
Por la mezcla de culturas que sustentan lo que somos como nación, por su capacidad de movilización social que supera todo tipo de diferencias, porque su poder de convocatoria está en el corazón de la gente que hacen de la diversidad un motivo de fiesta y de celebración que alienta el arte popular y mantiene vivo el pasado.
Esta celebración es una obra maestra del genio creador humano porque es el único espacio en el país donde se expresan las manifestaciones culturales producto de la hibridación de las culturas dominadas -aborigen y africana- como forma de resistencia a esos pueblos que a la perdida de sus mitos, creencias y expresiones culturales frente a los impuestos por la cultura dominante –española-.
También evidencia este carácter en la instrumentación musical ancestral que acompaña las danzas. Su arraigo a la tradición cultural está inmerso en la vida de la gente, no solo por su participación, si no por aspectos como la preparación de danzas y cumbiambas, la elaboración de máscaras, la indumentaria que construye una serie de significados y fortalece el tejido social en diversos sectores de la ciudad.
Su importancia como fuente de inspiración e intercambio cultural posibilita la permanencia de expresiones ancestrales vulnerables, que cada año se dan cita convirtiendo el Carnaval es una alternativa de subsistencia y testimonio vivo de la tradición folclórico-cultural de la región caribe.
De igual manera su destacado rol en la cultura y en la sociedad debido a que su producto coreográfico y musical han contribuido a la construcción de la nacionalidad colombiana y se han convertido en pilares de la identidad nacional. La Cumbia por ejemplo es un ritmo que identifica a nuestro país en cualquier lugar del mundo.